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Getsemaní. Huerto de la Agonía

(Por Max Heindel, fundador de TRF) - "Y cuando ellos hubieron cantado un himno, marcharon al Monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: Vosotros os escandalizaréis por Mí esta noche, pues está escrito: Yo heriré al Pastor y las ovejas se esparcirán. Pero después de todo eso Yo resucitaré e iré delante de vosotros a Galilea. "Pero Pedro le dijo: Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré.
"Y Jesús le contestó: En verdad, en verdad, te digo, que en esta noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me negarás tres veces. "Pero él le contestó muy vehementemente: Aunque tenga que morir, yo no te negaré de ningún modo. Asimismo afirmaron todos los demás.
"Y ellos llegaron a un lugar llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus Discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy a orar un poco más allá. Y llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y empezó a sentirse triste, y les dijo. Mí alma está triste hasta la muerte: velad y orad.
Y se fue un poco más allá y cayó en el suelo y rogó que si era posible pasara de Él aquella hora de congoja. Y Él dijo: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti, pase de mí este Cáliz; no, obstante, no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Y volviendo a los tres discípulos, les encontró durmiendo, y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar por espacio de una hora? Velad y orad para que no caigáis en la tentación. El espíritu ciertamente está dispuesto, pero la carne es flaca. (San Marcos, Cap. 14, 26~38).
En esa anterior narración, tomada de los Evangelios, tenemos una de las más tristes y difíciles experiencias del cristiano místico, determinadas en forma espiritual. Durante todas sus anteriores experiencias ha venido caminando ciegamente, esto es, ciego en el sentido de que se halla en el Camino que de ser seguido consistentemente le lleva a una meta definida, pero a la vez sintiéndose muy afectado ante los sufrimientos de todo ser humano.
Ha concentrado todos sus esfuerzos para aliviar las penas de su prójimo, físicas, morales y mentales; ha servido a sus semejantes en cuanto le ha sido posible; les ha enseñado el evangelio del amor: "Ama a tu prójimo como a ti mismo", y ha sido un ejemplo viviente para todos en la práctica de ese mandamiento divino.
Como consecuencia de ello ha reunido en su torno un pequeño grupo de amigos, a quienes ama con el más tierno de los afectos. Además, les ha enseñado y servido incansablemente, llegando hasta el lavatorio de los pies. Pero durante este período de probación o de servicio ha quedado tan saturado de los dolores y miserias del mundo, que, sin duda alguna, es un hombre de dolores y familiarizado con las penas más que otro cualquiera.
Esta es una definida experiencia del cristiano místico, y es el factor más importante para impulsar su progreso espiritual. Mientras que a nosotros nos moleste que nuestro prójimo nos venga a contar sus cuitas, mientras que procuremos evadir sus consultas y escapar de su lado, con la idea de no oír sus lamentaciones, nos hallamos aún lejos del Camino.
Aun cuando les escuchemos con paciencia y nos hayamos disciplinado para no mostrar en nuestros semblantes el disgusto y el tedio que nos producen con sus cuentos, cuando decimos con nuestros labios simplemente unas cuantas palabras de simpatía, que llegan fríamente al oído del que sufre, no ganaremos nada en el camino del desarrollo espiritual.
Es absolutamente esencial para el cristiano místico que se sienta tan impresionado y afectado por el dolor y miseria del mundo, que
llegue hasta el punto de sentir en su propio ser todas las penas y desgracias de sus semejantes, como si él mismo las sufriera y las acumulara todas en su mismo corazón.
Cuando Parsifal entró por primera vez en el Templo del Santo Grial y vio el sufrimiento de Amfortas, el llagado Rey del Grial, se quedó mudo de simpatía y compasión durante un largo espacio de tiempo después de haber pasado la procesión por el vestíbulo, y por consiguiente, no pudo contestar a las preguntas de Gurnemanz, siendo aquel profundo sentimiento de fraternidad y de dolor lo que le impulsó a buscar aquella lanza que había de curar a Amfortas.
El dolor de Amfortas sentido por el corazón de Parsifal por simpatía y afinidad, fue lo que le sostuvo firmemente en el sendero de la virtud cuando la tentación llegó a su máximo poder. Fue aquella tan profunda sensación de compasión por el dolor del prójimo lo que le impulso y estimuló durante muchos años a buscar al doliente Rey del Grial, y finalmente cuando lo hubo encontrado, también fue aquel sentimiento de caridad humana la que le permitió y capacitó para emitir y aplicar el bálsamo curativo.
Del mismo modo que se enseña en el mito del alma llamado Parsifal, así pasa realmente en la vida y en las experiencias del cristiano místico; debe, pues, beber hasta las heces del cáliz del dolor y de la amargura; debe apurarlo totalmente, de modo que con el dolor acumulado que amenaza consumir su corazón, pueda darse y ofrecerse a sí mismo sin reservas ni limitaciones para la curación y la ayuda de sus semejantes.
Entonces el Getsemaní, el huerto de la agonía, se convierte en un lugar familiarizado con el aspirante, el cual es regado con las lágrimas ardientes que corren de sus ojos por las desgracias y sufrimientos de la humanidad. Durante todos sus años de sacrificio personal, aquel pequeño grupo de amigos fue el consuelo de Jesús.
Él ya habla aprendido a renunciar a los lazos de la sangre: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Aquellos que hacen la voluntad de mí Padre." Aunque ningún Cristiano auténtico abandona o desdeña sus deberes sociales o disminuye o retira el amor debido a su familia, así y todo los lazos espirituales son los más fuertes, y por medio de ellos viene el dolor y la amargura que ha de coronarle; por la deserción y abandono en que le dejan sus amigos     espirituales aprende a apurar el cáliz del dolor hasta las heces.
Él no les censura por su huída, sino que, por lo contrario, les excusa con las palabras de: "El espíritu está indudablemente listo, pero la carne es flaca", pues Él conoce por experiencia personal cuán cierto esto es. Pero Él observa que en el supremo dolor ellos no pueden confortarle y, por lo tanto, Él vuelve sus ojos hacia el único manantial del consuelo, el Padre celestial.
Ha llegado a un punto donde la resistencia humana parece que ha alcanzado su límite, y como consecuencia de tal suposición ora porque se le ahorre una ordalía mayor, pero con una ciega confianza en el Padre, acepta y acata su voluntad y se ofrece a Él sin reservas ni límite alguno.
Este es el momento de la realización. Habiendo apurado la copa del dolor hasta las heces, viéndose abandonado de todos, experimenta ese horroroso temor momentáneo de verse absolutamente solo, que es una de las más terribles experiencias, sino la mayor de todas, que puede sobrevenir en la vida de un ser humano.
Todo el mundo le parece tétrico a su derredor. Él ve que a despecho de todo el bien que Él ha hecho e intentado hacer, las fuerzas de las tinieblas se han conjurado para asesinarle. Él ve que la multitud que unos pocos días antes gritaba "Hosanna" a la mañana siguiente clamará "¡Crucifícale, crucifícale!".
Sus familiares y ahora sus últimos amigos. han volado de su lado, así como se hallaban dispuestos a negarle. Pero cuando el aspirante se halla en el pináculo del dolor y de la amargura, se halla también más cerca del trono de la gracia.
La agonía y la amargura, el dolor y el sufrimiento acumulado en el pecho del cristiano místico, es más precioso y valioso que todas las riquezas de las Indias, porque cuando ha perdido todo el acompañamiento humano y cuando se ha dado y ofrecido a sí mismo total y completamente al Padre, ocurre una transformación la amargura se convierte en compasión, la única fuerza en el mundo que puede fortificar a un hombre para poder ascender al monte del Calvario, el Gólgota, y dar su vida por la humanidad, no un sacrificio mortal, sino un sacrificio viviente, elevándose y ascendiendo él mismo al elevar y subir a los otros.